Stephen Curry destruye la lógica de la NBA

El base lidera Golden State con un estilo heterodoxo; detrás de los récords y los títulos, un culto a la estética

Stephen Curry. Foto: EFE.

Stephen Curry. Foto: EFE. Crédito: EFE | EFE

Stephen Curry es el único argumento que trastoca la rutinaria idiosincrasia de miles de fanáticos que por él deciden llegar cuarenta minutos antes al estadio. Es que en Estados Unidos las gradas apenas empiezan a llenarse cuando faltan menos de quince minutos para el comienzo de un partido porque la organización es perfecta: el hincha llega con su ticket impreso o cargado en su celular, pasa el único control que permitirá su ingreso y deambula en los pasillos entre comida, cerveza y merchandising incluso perdiéndose, tal vez, el salto inicial. Pero cuando el mejor jugador de la liga está en la ciudad, ya sea en Oakland o en cualquier otra, los propios e incluso ajenos modificarán su agenda porque el show del carismático Steph empieza en el calentamiento.

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El menú encierra desde una increíble demostración de habilidad picando dos pelotas a la vez hasta tiros desde mitad de cancha que provocan primero asombro y después delirio en espectadores que, uno al lado del otro, inmortalizan sus movimientos con cámaras, celulares e incluso tablets. Tal vez así, en la enésima repetición, logren descubrir dónde está el secreto de un hombre indefendible que tiraniza la NBA en busca de su segundo anillo. Como despedida, y antes de ocuparse de fieles que ruegan por un autógrafo o una selfie, agarrará un balón y desde fuera de la cancha intentará un tiro imposible. Pero nada es imposible para Curry y la pelota ingresa limpia sin siquiera tocar el borde del aro. Es la antesala de otra noche memorable, una más en una temporada histórica en la que sus Warriors amenazan el récord de los Bulls de Michael Jordan (72-10).

El límite entre Oakland y Curry se difumina con facilidad y uno no es capaz de diferenciar si Oakland es la ciudad de Curry o si Curry construyó Oakland con sus propias manos. Es que hace dos años ni el más optimista que hoy se pierde entre una marea de camisetas con el número 30 de Steph estampado se hubiera imaginado que su equipo sería prácticamente imbatible. Ninguneado desde la previa del draft 2009, cuando los informes lo sepultaban por ser un jugador incapaz de liderar una franquicia, estuvo a punto de convertirse en un anticipado recuerdo por sus continuas lesiones en sus tobillos “de cristal“. Ya nadie esperaba nada de él e incluso los dirigentes le ofrecieron una renovación de cuatro años por 44 millones de dólares que por entonces era arriesgada pero hoy es irrisoria: ocupa el puesto 65 en el ranking de jugadores mejores pagos de la liga.

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Su irrupción fue instantánea bajo el yugo de Steve Kerr, quien apostó por un básquetbol moderno, frenético y caótico en el que Curry es la única constante. Jornada tras jornada, Steph lidera un equipo ya inmortal. Es que detrás de los récords, los títulos y los premios, Golden State Warriors es un culto al arte y a la estética. Pero Curry es quién transforma cada partido en una noche inolvidable y provoca una reacción en cadena que se repite una y otra vez cuando, incrédulos y escépticos por el triple o la finta que acaba de materializar, sus testigos atinan a mirarse con el de al lado buscando la confirmación de que lo que acaba de hacer es real, que no es un invento de la imaginación complotada con los ojos, pero entonces encuentra en un vecino desorbitado esa misma sensación que siente y ambos, casi al unísono, no hacen más que rendirse ante lo evidente comentándose lo utópico que es Curry.

Impresiona gozar de su espectacularidad a apenas unos metros de distancia, especialmente de ese lanzamiento heterodoxo que lo ha convertido en el mejor tirador de la historia. Como si fuera un automatismo, Curry se para por detrás del perímetro y lanza un triple con la misma naturalidad con la que el resto de los seres humanos respiran. Da lo mismo si lo asisten o si levanta el pique porque de todas maneras ejecutará el movimiento apenas en tres milésimas de segundo, velocidad imposible para cualquier defensor, y disparará con una parábola que roza la perfección, no importa desde dónde o ante quién porque incluso los tiros que serían considerados malos para el resto son perfectos para él. Curry destruye las leyes del básquetbol, la lógica e incluso de la física. La pelota vuela hacia el aro, pero él ya no está mirando porque está de espaldas encarando su regreso a su posición defensiva mientras su marcador se resigna a rezar para que falle pero en el 45% de las oportunidades es un triple más.

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Al fin y al cabo, el único antídoto contra Curry parece ser su propia impericia. La última demostración fue nada más y nada menos que contra San Antonio Spurs, la mejor defensa de la liga y probablemente una de las mejores de la historia. La incógnita en uno de los partidos más esperados de las últimas décadas de la etapa regular era dilucidar si Stephen podría replicar sus hazañas frente al inexpugnable sistema defensivo que ideó Gregg Popovich. Treinta y siete puntos en tres cuartos fueron suficientes para que los Warriors vapulearan por treinta a los texanos. Kawhi Leonard, galardonado como el mejor defensor de la temporada pasada, ya había sido doblemente ridiculizado por Steph en una jugada que terminó en un triple más de los seis que convirtió en esa noche. “Entendemos cómo prepararnos para noches como estas”, declararía más tarde el corazón de Oakland, único jugador en toda la liga capaz de influir en las costumbres estadounidenses.

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