Migrante en Los Ángeles: “La última vez que vi a mi esposo fue el 26 de noviembre”

Una inmigrante de Guatemala cuenta cuáles han sido sus mayores desafíos al llegar a Los Ángeles con su hija —su esposo fue deportado

Yoselin Rodas y su hija Alice enfrentan serios desafíos para adaptarse a su nueva vida como refugiados en Estados Unidos. (Araceli Martínez/La Opinión).

Yoselin Rodas y su hija Alice enfrentan serios desafíos para adaptarse a su nueva vida como refugiados en Estados Unidos. Crédito: Araceli Martínez | La Opinión

Si no fuera porque en Los Ángeles están sus suegros, Yoselin Rodas no sabe dónde viviría con su hija Alice de 2 años.

Segunda parte de una serie especial: Migrantes en Los Ángeles en espera de asilo

Hace siete meses, la violencia de las pandillas que acecha a Guatemala hizo que ella y su esposo Mauricio Rosales lo dejaran todo y enfilaran rumbo a Estados Unidos.

“Teníamos amenazas de muerte. Contábamos con un negocio de lavado de carros por el que nos pedían 1,000 quetzales, como 150 dólares cada semana. Las primeras semanas se pudo pagar pero no pudimos seguir. En el negocio no se manejaban grandes ganancias. Salía para vivir. Como no cumplimos con la cuota, las maras empezaron a lanzar disparos al pasar por la casa. Huimos el 4 de noviembre de 2015”, confiesa.

“En Reynosa, México, buscamos un guía que nos aconsejó que por estrategia era mejor que mi esposo y yo nos separáramos en grupos. La última vez que vi a mi esposo fue el 26 de noviembre. Mi hijita y yo vivimos una pesadilla dentro del Centro de Detención de Migración en Brownsville, Texas. Nos dejaron salir un mes después, el 24 de diciembre”, recuerda.

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Yoselin Rodas y su hija Alice de dos años esperan que las autoridades estadounidenses les otorguen el asilo político. (Foto: Araceli Martínez/La Opinión)

Su esposo permaneció siete meses retenido en un centro de detención de migración en New Jersey. Esta semana fue deportado a Guatemala.

“Se lo negaron todo. Al Consulado de Guatemala no lo recibieron. Mi esposo estaba muy desesperado después de tantos meses de encierro. A mi cuñado que venía con nosotros ya también lo deportaron”, dice preocupada Rodas de 23 años.

Esta inmigrante guatemalteca y su hija comparten un departamento en Sylmar con sus suegros, un tío y un cuñado. “Vivimos seis en un departamento”, precisa.

No sabe que haría si no tuviera familia en Los Ángeles. “¡Ay, no sé dónde estaríamos!”, suspira. Pero su mayor desafío, revela ha sido conseguir un empleo para mantenerse ella y su hija.

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Yoselin Rodas no ha podido encontrar un empleo que le permita sostener a su hija y pagarle al abogado que le arregla el asilo político. (Foto: Araceli Martínez/La Opinión)

“Mis suegros trabajan, no nos falta el techo, pero necesito trabajar para la comida, la ropa y pagarle al abogado. Se necesitan tantas cosas”, platica mientras su hija no para de jugar, ajena a las preocupaciones de su madre.

Dice que se ha sentido discriminada a la hora de buscar trabajo: “¿Tienes papeles? Es lo primero que me preguntan, cuando les digo que no, ahí se acaba todo”.

Otro de sus mayores retos ha sido el idioma. “Me preguntan si soy bilingüe. Yo les digo que no hablo inglés. Entonces se me cierran las puertas de inmediato en los negocios donde he ido a pedir trabajo”, cuenta.

Rodas está en proceso de solicitud del asilo. “Me han dicho que es probable que en septiembre me den el permiso de trabajo. Y he buscado inscribirme en una escuela para estudiar ingles, pero también necesito ver quién me puede cuidar a mi hija, mientras yo tomo clases”, explica.

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Después de la deportación de su esposo a México, Yoselin Rodas tendrá que hacerse cargo de su hija Alice de dos años, ella sola. (Foto: Araceli Martínez/La Opinión)

Una vida de suplicios

Byron Vásquez, director de la Casa de la Cultura de Guatemala en Los Ángeles, dice que la situación es muy crítica para los guatemaltecos que llegan a Estados Unidos en busca de asilo.

“Han pasado por una cantidad de suplicios durante el viaje solo para venir a vivir en una pobreza mayor que no se nota tanto porque en lugar de ríos y lagos se encuentran con asfalto y transporte”, anota.

Muchos de ellos, precisa, han dejado deudas en Guatemala y todavía tiene otra pendiente con el coyote que los trajo.

Para Vásquez, el problema mayor para las familias de refugiados es encontrar una ocupación.

“No hay empleos para los que están ya aquí. El resultado es que los guatemaltecos y otros centroamericanos han tenido que sobrevivir con la venta de comida en las calles. Alrededor del parque MacArthur se ha creado una subcultura y ha aumentado muchísimo el número de guatemaltecos que venden lo que pueden en las banquetas, atemorizados de que la policía o los empleados del Departamento de Salud les vaya a quitar sus productos y a multar”, indica.

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Yoselin Rodas quieren aprender inglés pero aún tiene que resolver el cuidado para su hija mientras ella va a clases. (Foto: Araceli Martínez/La Opinión)

La falta de empleos los obliga también a buscar trabajo en las calles como jornaleros expuestos al robo de salarios. Muchos se han ido a trabajar a la costura, con salarios por pieza, ni siquiera por hora.

El otro gran problema es la vivienda en Los Ángeles.

“La conversión de edificios en lofts ha sacado a muchas familias trabajadoras de sus departamentos. Las rentas se han encarecido. Imposible de pagar para una familia de refugiados. Muchos refugiados tienen que vivir dos o tres familias en un departamento para que les alcance. La economía de Estados Unidos ya no es lo que era antes. Los refugiados vienen aquí con limitaciones grandísimas de educación, del idioma, y se exponen a una vida en la que progresar les va a ser muy difícil. Las organizaciones poco podemos hacer por ellos. Es muy triste”, se lamenta Vásquez.

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