Hay que cortar el cordón umbilical que alimenta al islamismo radical terrorista

Columna de opinión de Leah Soibel, CEO y fundadora de Fuente Latina, organización que ofrece información en español sobre Israel y el Medio Oriente

La masacre de Orlando es el peor tiroteo masivo de la historia de EEUU.

La masacre de Orlando es el peor tiroteo masivo de la historia de EEUU. Crédito: EFE

Luis, Edward, Stanley, Juan Ramón, Eric Iván, y así hasta 49 personas –muchas de ellas de la comunidad latina en Orlando–, perdieron su vida en la noche del sábado en Florida. Se les cruzó un terrorista que se había radicalizado en sus posturas de odio y violencia a partir de los mensajes yihadistas que llegan desde miles de kilómetros pero que consiguen inocular en individuos muy peligrosos, atraídos por la retórica de aniquilación de la civilización occidental.

El islamismo radical deriva en terrorismo por su propia naturaleza y ha encontrado en Occidente un gran filón para perpetuar su estrategia sangrienta a partir de entusiastas del odio, lobos solitarios, cuya facilidad para ser captados es patente. Son los Omar Mateen (el asesino del club Pulse de Orlando), o los Syed Farook y Tashfeen Malik (simpatizantes del Estado Islámico que mataron a 14 personas en un centro para discapacitados en San Bernardino, California, el 2 de diciembre de 2015), o los Abdelhamid Abaaoud (líder de la célula que perpetró los ataques de París el 13 de noviembre de 2015) que esperan agazapados entre nosotros, como bombas de relojería, dispuestos a asestar sus golpes de sangre en nombre de una interpretación torticera del Islam.

Todos estos ataques, que buscan atemorizar a la población civil de los países occidentales, tienen en común una nueva realidad: la globalización del terrorismo de corte islamista radical.

Es inevitable que en un mundo hiperconectado, donde se difuminan las fronteras y se distribuyen los mensajes de incitación y violencia de un modo tan inmediato –como el que compra un billete para volar a Londres, charla con su amigo de Sidney por Skype, adquiere acciones de la bolsa de Nueva York o ve un partido en directo de la Copa América de fútbol sentado en su salón de las antípodas–, el terror haga cantera. La globalización y las redes tienen estas zonas oscuras, pero los países y los ciudadanos que anhelan una vida en libertad y respeto mutuo, pueden hacer mucho más que resignarse.

Resulta que hay cierto cinismo permisivo en algunos estamentos de los países que son golpeados de cuando en cuando por el terrorismo yihadista. Muchas veces no se realizan las pertinentes labores de vigilancia en centros supuestamente religiosos donde es vox populi que se están difundiendo mensajes de odio que llevan a la radicalización. Se pasan por alto publicaciones incitadoras que predican matanzas en Internet y las redes sociales, que son puro síntoma de que nuestra convivencia pacífica está en riesgo. Y lo más grave, se obvia que los terroristas no son simples perturbados que un día decidieron hacerse con un fusil, son mucho más que eso. Son elementos que fueron convenientemente manipulados y exacerbados para cometer barbaries que favorecen determinados intereses políticos terroristas. En ocasiones son lobos solitarios, sí, pero no aislados, no surgen por generación espontánea. Obedecen a causas, que no buscan otra cosa que menoscabar nuestros modelos democráticos.

Fíjense, por ejemplo, en cómo se introduce poco a poco, como una lluvia fina que con el paso de los años termina convirtiéndose en pantano, una red criminal terrorista como Hezbollah en muchas partes de Latinoamérica. De sus integrantes nacieron duros golpes como el ocurrido en la AMIA de Buenos Aires en 1994, con 85 muertos; han establecido vínculos con redes de narcotráfico para financiar sus actividades terroristas en todo el mundo, se han infiltrado en estructuras políticas con el estrecho apoyo de gobiernos como el de Venezuela, han buscado ampliar su influencia social para interferir… todo ello con el apoyo de Irán, máximo beneficiario de sus acciones. Porque, en definitiva, el terrorismo islamista radical no es un fenómeno aislado en sí mismo, sino que en último término siempre favorece a países y organizaciones supranacionales en guerra contra nuestras libertades. Por estas razones no cabe la resignación y debemos permanecer vigilantes para cortar el cordón umbilical que alimenta el terror en nuestros países.

Sobre la autora

Leah Soibel es CEO y Fundadora de Fuente Latina. Analista en Medio Oriente y experta en Seguridad y Terrorismo. De origen hispanoamericano, actualmente vive en Jerusalén.

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