Enlace: El muro es otro engaño de Trump  

La promesa de una muralla en frontera es una de las más endebles y difíciles de cumplir

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Crédito: EFE

De todas las promesas que ha hecho Donald Trump, una de las que le ha redituado más seguidores es la de que construirá un muro entre México y Estados Unidos para cerrarle el paso a los “criminales” que intenten cruzar por la frontera sur.  Esta promesa, sin embargo, es una de las más endebles y difíciles de cumplir.

El famoso muro fronterizo, que el magnate menciona casi en todos sus mítines seguido de un coro de adeptos que al borde de la histeria gritan que la obra, como él lo propone, será pagada por México es irrealizable por varias razones.

En primer lugar porque, en caso de que fuera electo presidente, su propuesta requeriría la aprobación del Congreso y éste difícilmente se la daría. El muro no sólo afectaría gravemente el comercio, el turismo y los intereses de múltiples corporaciones y de  millones de personas en ambos lados de la frontera, sino las relaciones diplomáticas con México que, además de ser vecino de Estados Unidos, es uno de sus principales aliados en el mundo.

El Congreso se rehusaría también a desembolsar los miles de millones de dólares que costaría el muro, aun cuando Trump asegure que obligaría a México para pagar por la obra. Esta presunción, por supuesto, está totalmente alejada de la realidad.

Como lo han declarado los expresidentes de México, Vicente Fox y Felipe Calderón, el gobierno de este país no está dispuesto a pagar un céntimo por el muro. A esas voces se unió hace unos días la secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, quien calificó simplemente de “absurda” la idea de Trump.

“Es imposible”, dijo, “pensar en tapiar una frontera de tres mil 200 kilómetros y detener el comercio entre dos países. No es práctica, es ineficiente, errónea y no es algo inteligente”, afirmó en una entrevista con The Washington Post.

Trump no ha especificado cómo forzaría a México a pagar por el muro pero ha insinuado que impondría impuestos estratosféricos a los productos provenientes de ese país.

No obstante, el magnate ignora que un presidente no tiene la autoridad de imponer impuestos a su antojo y que las tarifas de castigo sólo se pueden aplicar en circunstancias especiales porque pueden resultar dañinas para los consumidores estadounidenses.

A Trump, sin embargo, estas consideraciones parecen tenerlo sin cuidado. Cree que el llegar a la presidencia de Estados Unidos será equivalente a manejar una empresa de su propiedad donde la única voz que manda es la de él. Desafortunadamente, a los miles que lo siguen tampoco parece importarles que sus propuestas sean no sólo ridículas sino dañinas e irrealizables y que el millonario quiera imponer su voluntad como un verdadero dictador.

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