Trumpismo: sacarle el dedo al resto de la humanidad

Crónica: el interior de un "rally" de Donald Trump en Las Vegas revela un movimiento político en el que la corriente común es el desprecio hacia todo y todos: gobierno, corporaciones, otros políticos, otros países, los inmigrantes.

Un seguidor de Trump le enseña "el dedo" a la plataforma donde se encontraban los periodistas que cubrían el evento, luego de que el candidato los llamó "los más deshonestos". (Foto: Pilar Marrero)

Un seguidor de Trump le enseña "el dedo" a la plataforma donde se encontraban los periodistas que cubrían el evento, luego de que el candidato los llamó "los más deshonestos". (Foto: Pilar Marrero) Crédito: Pilar Marrero

Si bien no hubo violencia explícita —más que algunos empujones de policías expulsando a dos o tres buscapleitos— el mítin de Donald Trump y 6,000 de sus más íntimos amigos en un centro ecuestre de Las Vegas el lunes por la noche fue un despliegue de violencia verbal contra posibles e imaginados enemigos: la prensa, otros candidatos presidenciales, el presidente Obama (buuuu), Obamacare (¡está matando a nuestro país!), Hillary Clinton (buuuuu), México, China, las malas corporaciones, el mal gobierno y todo lo que no sea Trump y sus amados seguidores.

El propio Trump, bañado en multitudes y emocionado con su propia imagen, dio el ejemplo.

“Como extraño los viejos tiempos”, comentó Trump, mientras la policía sacaba a la fuerza a un hombre que había comenzado a gritar para interrumpir su discurso.
“¿Saben lo que pasaba en los viejos tiempos, amigos? Gente como ésta salía de aquí en camilla. Ah, qué ganas tengo de pegarle un puñetazo en plena jeta”.

Ante esta declaración, miles de personas se levantaron de sus sillas, batiendo sus puños y gritando enloquecidos, como espectadores en una especie de Coliseo Romano moderno, en el que aunque no se tira la gente a las bestias, se habla de ello en forma nostálgica.

“¡Vete a la mierda, espero que te mueras, vete al infierno!”, saltó en pie un hombre de mediana edad y venerables canas sentado junto a mí en el pleno de la arena, con los ojos saltando de sus órbitas y las venas del cuello hinchadas. La maldición iba en dirección al manifestante, que salía encantado haciendo “high fives” escoltado por cuatro policías. Terminada su descarga, el hombre de las canas se sentó tranquilo de nuevo con su cámara de video de alta definición, a seguir tomando imágenes de su emocionante experiencia.

A empujones sacaron a un hombre que interrumpió el discurso de Trump mientras lo maldecían sus partidarios (Foto: Pilar Marrero)
A empujones sacaron a un hombre que interrumpió el discurso de Trump mientras lo maldecían sus partidarios (Foto: Pilar Marrero)

Casi todo el mundo parecía estar pasándoselo fantásticamente bien. El ambiente era festivo: había música, vestimentas de colores, letreros blancos con enormes letras rojas: Trump, make America great again (Trump, devolviendo la grandeza a America). Para entretenerse, mientras esperaban a su ídolo durante más de una hora, las personas en las gradas comenzaron a hacer “la ola” y a gritar ¡USA USA USA!

La gran introducción la hizo un Sheriff bien conocido por la comunidad inmigrante: Joe Arpaio, de Arizona, quien cuando me acerqué a él estaba sacándose fotos con un tipo vestido de Elvis Presley, con cuyo copete negro sobre una calva incipiente parecía una versión más joven y oscura del propio Trump.

Un tipo vestido de Elvis resultó ser fan del Sheriff Joe Arpaio, quien presentó a Donald Trump en su evento del lunes por la noche.
Un tipo vestido de Elvis resultó ser fan del Sheriff Joe Arpaio, quien presentó a Donald Trump en su evento del lunes por la noche.

“¿Cómo está, Sheriff?”, pregunté a Arpaio, mejor conocido por ser un gran bocón que coloca a sus detenidos en tiendas de campaña en pleno desierto de Arizona con calzones rosados y cuyos propios problemas con la ley llenan cuartillas enteras (abuso de poder, persecución política de enemigos, violación de derechos civiles, desperdicio de fondos públicos, miles de demandas privadas, la lista sigue).

“Estoy vivo, ¿no me ves?”, me contestó, dándome un fuerte apretón de manos. “¡Vivo y coleando! Sigo desafiante y mis votantes me siguen apoyando”.

Pero Arpaio, que ya cuenta con 84 abriles, está perdiendo facultades. Su discurso de introducción a Trump fue inconexo, más que de costumbre, con evidentes lagunas mentales.

“No debo hablar de mí. Vine aquí a hablar de Trump”, dijo Arpaio, para después comenzar con un recuento detallado pero desordenado de su propio curriculum. En algún momento aseguró que Hillary Clinton debía visitar su cárcel en Phoenix porque “tengo un par de calzones rosados para ella”.

“¡Bravooo!”, gritó el público. “Hillary, buuuuuuu, abajooooo”.

Trump llegó al escenario acompañado de una música triunfal, estilo Rocky Balboa. Desde allí dio un discurso improvisado —pero repetido— con todos sus “grandes hits”.

“No se preocupen amigos, que el muro fronterizo ya viene. ¿Quién va a pagar el muro?”, preguntó, dejando que el público contestara a gritos.

“México, México, México”, gritaron todos. Dos tipos gordos y calvos en camiseta saltaban desgañitándose detrás mío. “México, México, buuuu”

Para Trump, no hay nada comparable a su propia valentía. “Realmente hay que tener testículos para ser candidato a la presidencia”, dijo, de sí mismo. “Y no me dan suficiente crédito porque yo mismo estoy pagando por todo. Por eso, cuando llegue a la Casa Blanca, nadie me podrá decir qué hacer porque nadie me dio plata. Yo haré lo que sea mejor para el pueblo estadounidense”.

Algunos “trompismos”:

La reforma de salud está matando al país.

Ted Cruz es un “tipo enfermo”.

Todo va a ser hermoso cuando yo sea presidente.

Saquen a ese tipo de aquí (sobre uno de los varios manifestantes expulsados).

Nos dicen que no podremos construir un muro. China construyó uno de 13000 millas hace 2000 años. ¿Cómo no vamos a poder con muchos tractores Caterpillar?

“¡Ya no ganamos en nada, pero conmigo en la Casa Blanca vamos a ganar en todo! ¡Se van a cansar de tanto ganar!

En algún momento del discurso, Trump se volvió hacia la plataforma llena de cámaras y periodistas que estaba en la parte de atrás de la arena, normalmente utilizada para eventos ecuestres.

“Allí tienen a la gente más deshonesta del mundo, los medios. Siempre dicen mentiras de mi. No muestran a la multitud. Dicen que Bernie tuvo a mucha gente, yo tengo más y no la muestran”, dijo. “¡Deshonestos!”.

Miles de personas se pusieron de pie, abucheando y gesticulando contra los periodistas. “¡Malditos! Desgraciados…” Un rotundo hombre de lentecitos se volvió hacia la plataforma de prensa y levantando el dedo medio de su mano izquierda, dirigió todo su desprecio hacia ellos.

Un gesto que bien puede resumir el sentimiento de los seguidores de Trump y del propio candidato: un gran dedo medio en dirección al resto de la humanidad.

Un entusiasta de Trump encantado consigo mismo
Un entusiasta de Trump encantado consigo mismo

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