Trump tiene razón…

Solo un bocón como Trump es capaz de remover lo que nadie se atreve a tocar

Donald Trump, precandidato republicano presidencial.

Donald Trump, precandidato republicano presidencial. Crédito: EFE

No hay nada más incomodo que estar de acuerdo con Donald Trump en algo durante esta primaria presidencial. El millonario se encumbró en las encuestas partidarias a través de un mensaje demagógico que alimenta el resentimiento hacia los inmigrantes. Su influencia en el panorama político ya es nefasto, como lo es la posibilidad de que llegue a ser el candidato republicano a la presidencia, porque significaría la consolidación del pensamiento nativista en un sitio prominente del espectro político nacional.

No obstante, es difícil disentir con el neoyorquino en el debate actual sobre los acontecimientos del 9/11. Creer que Trump hubiera podido evitar el peor ataque terrorista ataque en la historia de Estados Unidos, como él lo asegura, es un barrabasada más de las que ya nos tiene acostumbrada. En cambio, no lo es su referencia a la responsabilidad de la administración del expresidente George W. Bush.

Está bien documentado que W. Bush a su llegada a la Casa Blanca cambió el rumbo de la política de su antecesor Bill Clinton en el área de seguridad nacional dejando atrás el foco de atención sobre Al Qaeda para reemplazarlo por Irak.

Desde la primera reunión de seguridad nacional, la nueva administración se impuso la misión de buscar un motivo para quitar a Sadam Hussein del poder. Los motivos del cambio fueron varios. Ya sea por el petróleo, el desquite personal de W. Bush porque el dictador iraquí complotó en matar a su padre, el expresidente George H. W. Bush, o los delirios neoconservadores de imponer una democracia occidental que contagie toda la región, las prioridades fueron otras y los especialistas que conducían las operaciones de inteligencia sobre los movimientos de Bin Laden, pasaron a un segundo plano.

La expresión de incredulidad de la entonces asesora de Seguridad Nacional, Condolezza Rice, de “quién pudo haber imaginado” esto, como primera reacción al estrellamiento de los aviones de pasajeros contra las Torres Gemelas y el Pentágono, refleja una desatención mayúscula. Especialmente cuando ya existían claros antecedentes de intentos previos de secuestro de aerolíneas para estrellarlos en ciudades. Uno de ellos específicamente en París.

Culpar solamente a George W. Bush de la incapacidad gubernamental de conectar las señales que se iban produciendo, a medida que se preparaba el atentado, sería injusto. La responsabilidad pesa sobre una burocracia de seguridad más interesada en competir que trabajar juntos compartiendo información. Pero la responsabilidad del gobierno Bush-Chenney en dejar de lado el peligro real por uno convenientemente político es ineludible.

Cuando el hermano del expresidente y actual precandidato presidencial, Jeb Bush, aseguró en un reciente debate presidencial que W. Bush mantuvo seguro a Estados Unidos durante su presidencia, se ganó uno de los grandes aplausos de la noche de una audiencia republicana acostumbrada a pensar que el fuerte de su partido es la seguridad nacional. Más ahora que parte de la estrategia para recuperar la Casa Blanca es enfatizar las debilidades de la política exterior del presidente Barack Obama.

Para Jeb, como para los republicanos, es conveniente recordar que todo empezó a partir de la emotiva imagen de W. Bush abrazando a un bombero sobre las ruinas de las Torres Gemelas, con megáfono en mano, prometiendo justicia contra los terroristas responsables del ataque. Pero la historia comenzó cuando los edificios estaban de pie.

Será su gobierno el que al poco tiempo vuelva a cambiar de prioridades para reenfocar su atención otra vez en Irak, dejando en Afganistán una labor incompleta hasta el día de hoy y su sucesor Obama será el que haga el ajuste de cuentas con Bin Laden.

A los estadounidenses no les gusta recordar la historia sobre los descuidos de la alta política que contribuyeron a la muerte de más de 3,000 personas. El horror del atentado hace imposible que un político pueda hablar hoy de responsabilidades por temor de ser acusado de ‘politizar’ la tragedia. Sin embargo, hay realidades que no se pueden tapar con una versión idealista de la historia.

En este caso, solo un bocón como Trump -que no mide sus palabras con los parámetros comunes- que no duda en ver la conveniencia política de recordarle a su rival Jeb Bush sobre lo ocurrido, es capaz de remover lo que nadie se atreve a tocar. Y sí, en este caso, Trump tiene razón.

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