Das auto y otras fechorías

El engaño de la automotriz alemana se presta a reflexiones sobre la trampa y la picardía en nuestra cultura

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La FTC es la última agencia que ha demandado a la automotriz alemana./EFE Crédito: EFE

La noticia de que una compañía alemana fabricante de automóviles ha cometido un fraude comercial “feo” no solo nos hace dudar de su tradicional fiabilidad sino también de la nuestra. Si no, vean la ocurrencia de un periodista hispano que comentando la noticia dijo: “si hubiera ocurrido en un país latino no nos sorprendería” (rtve.es). Mezquino regalo en unas fechas en que se celebra la Hispanidad y sus logros. Los latinos no merecemos que se piense que venimos al mundo con un chip que se aviva cuando de hacer trampas se trata. Así de rotundo.

Mientras unos juegan peligrosamente con la contaminación del planeta, los latinos (algunos, muchos) viven en su conciencia la pesadumbre de poseer un ADN con defectos de fábrica. Sin embargo, si nos ajustamos a lo que dice la noticia: “unos llevan la fama y otros cardan la lana”. La debacle alemana no deja de agradecerse pues aunque nunca se le debe desear mal a nadie, sea este mal bienvenido si cura el complejo de inferioridad cultural. Hay que defender la igualdad entre culturas a toda costa: “o todos coludos o todos rabones”, como reza el dicho mexicano.

El chip fraudulento nos lleva a otra “acción repudiable”. Salió a la luz cuando se descubrió que en el pequeño ducado de Luxemburgo 340 multinacionales habían pagado “incentivos económicos” para “ocultar beneficios” y obtener “ventajas fiscales” de dudosa justificación (para Luxemburgo) ante sus socios comunitarios. Se alegó después que nunca se había incumplido la legalidad vigente. En el conflicto entre “ética” y “legalidad” ganó anteponer lo “legal”.

Los hechos animan a preguntarse por la situación contraria. Se trataría de poner por encima algo “bueno y ético” por más que resultara técnicamente “ilegal”. Casos hay, ¿se acuerdan de Robin Hood o de El Zorro? Entonces quizás se podría aplicar a la emigración, ya que desde el mismo momento en que se toma la decisión de abandonar un país el emigrante se ve sometido a todo tipo de dilemas y tensiones “ético-legales”.

Un dato que refuerza la teoría del hispano peleado con su integridad moral se recogió días después del apoyo de Pitbull a los mexicanos. Se planteó en un programa de televisión la retorcida conjetura de adivinar qué pasaría si Trump le diera al cantante cien millones para ponerle música a su campaña presidencial: ¿Aceptaría? No hubo nadie que lo dudara.

La mano de Maradona, que valió un mundial, o la elección mediante triquiñuelas de la sede del mundial de futbol en Qatar son de esos casos que se ven con ojos benevolentes: como picardías o poco más. Nadie se atreve a invocar a la “vergüenza”, el “sonrojo”, la “moral”, la “ética”, o la “integridad”. Reducir todo a legalidad y riesgo a que no se descubra la fechoría parece el sino de nuestros tiempos.

Cerramos con el Papa latino y su discurso en español en la ONU. Ha dado, qué duda cabe, gran ímpetu a nuestra lengua en este nuestro país. Sin trampas. No le prohibieron hablar en español en su visita pero quién sabe si podrá hacer lo mismo en el futuro si se tuercen las cosas. Solo cabe añadir, para los amantes de la historia, que aquí en lo que hoy es Estados Unidos el idioma español ya estaba integrado en el chip de la emigración cien años antes de que se oyera la primera palabra en lengua inglesa. Así de cierto.

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